Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Comparto la fe de mis padres acerca de la presencia real, así que desde una edad temprana me habitué a ser reverente en la iglesia y a saber que Dios está presente y es realmente importante.
Asistí a una pequeña escuela católica y teníamos, como maestras, a las Hermanas de San José de Nazaret, y estaban muy pendientes de compartir con nosotros su propia fe Eucarística, su propia devoción Eucarística. Pienso particularmente en Sor Magdalena, que fue mi maestra en primero y segundo grados. Ella es la que me preparó para mi Primera Comunión. Y pienso en la hermana Jane Frances Miller, a quien nunca tuve como maestra, pero estaba a cargo de los monaguillos. Ella nos remarcó mucho que es un privilegio servir en la Misa y sinceramente compartió su fe con nosotros.
Cuando tenía seis años, en el leccionario de Semana Santa, estaba la lectura de La Pasión. Recuerdo que la hermana nos dijo que, si no nos movíamos durante toda la lectura, tendríamos gracias especiales. (¡Estoy seguro de que estaba preocupada por lo inquietos que podrían ponerse 25 niños de seis años!) Recuerdo que me esforcé mucho por permanecer muy quieto durante la cantidad aparentemente infinita de tiempo que le tomó al Padre leer la Pasión en latín. Esa fue una forma en que me enseñaron reverencia por la sagrada liturgia y me hicieron consciente de la presencia de Dios en ella.
Recuerdo estar en la capilla del seminario, frente al Santísimo Sacramento, cuando tenía 20 años y era estudiante de segundo año en el colegio del seminario. Estuve muy cerca de dejar el seminario. Estaba pensando que tal vez no estaba llamado. Tal vez también tenía un poco de miedo sobre lo que me depararía el futuro. Recuerdo estar en esa capilla y recibir el entendimiento de que estaba siendo un cobarde al pensar en irme, que no se trataba de ser llamado a otro lugar, sino de escapar de lo que realmente entendía que serían los desafíos que enfrentaría la Iglesia.
Me di cuenta de que ese no es el tipo de discípulo, ese no es el hombre que quería ser. Así que me comprometí a quedarme. Esa es una de las experiencias de oración más poderosas que he tenido en presencia del Santísimo Sacramento. Es algo a lo que a menudo vuelvo en oración, para pedir ser renovado en ese compromiso, para tratar de ser generoso, y para tratar de tener fortaleza como discípulo.
Es cuando celebro la Eucaristía que estoy muy consciente de que mi ministerio no depende de mí. La Eucaristía es un recordatorio de que no me ofrezco a las personas a las que sirvo, y que Cristo siempre está allí a través de mi ministerio. Cristo está ofreciendo, a través de mí, algo mucho más valioso y eficaz que lo que yo pudiera ofrecer. Creo que la celebración de la Eucaristía transforma mi propia perspectiva sobre quién soy como pastor y qué es lo que ofrezco a través de mi ministerio.
En los últimos años, uno de los temas que más me llama la atención cuando celebro la Eucaristía es lo que digo al comienzo del prefacio: ‘En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar ‘. Eso me recuerda que ahí en la Eucaristía mi acción de gracias es un eco, unido a la acción de gracias que Jesús está ofreciendo en ese momento al Padre. No hay espacio, ni tiempo, ni contexto en el que no sea correcto dar gracias a Dios. Y esto significa que cada vez, cada lugar en el mundo puede ser sagrado, puede ser apartado del reino del Diablo, del reino del pecado y ser transformado.
Para mí, una de las formas más importantes de participar en la adoración eucarística es sentarme y estar en silencio. No tengo que decir mucho. De hecho, cuanto menos diga, mejor. Y reconocer que soy amado. El Santísimo Sacramento es el sacramento del amor incondicional de Cristo por nosotros. Y estoy invitado a amarlo a cambio.
Como pastor, mi esperanza es que aquellos que afirman, y con mucha razón, ser discípulos de Cristo, encuentren una nueva apreciación por Su presencia y lo que Él nos ofrece en la Sagrada Eucaristía, y vengan todos los domingos a compartir en la Eucaristía. Él quiere ser amado. Eso es lo que hace cada ser humano y Dios en Cristo se ha hecho humano. Él quiere que estemos ahí y quiere entregarse a nosotros. Él está esperando.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.