Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Tengo 75 años y hasta ya tarde en mi vida, comencé a apreciar plenamente la Eucaristía. Crecí en un hogar muy conflictivo que me hizo querer usar la inteligencia que me dio Dios, que se aprende en libros, para desconectarme y concentrarme en un alto rendimiento académico. Siendo que yo era el primer hijo de una familia polaca grande, recibía mucho apoyo en este aspecto. Y existía una cultura de escuela católica anterior al Vaticano II que recompensaba fuertemente el logro, la obediencia espiritual, la forma apropiada y la obligación, mucho más que la relación y la dependencia del amor mutuo entre nosotros y Jesús y el Padre.
Mi mamá y mi papá nos cuidaron bien y nos amaron, pero tenían problemas matrimoniales muy serios. Se separaron dos veces y finalmente se divorciaron cuando yo era un adulto joven. En nuestra casa, existía una tensión continua entre mi hermano, mi hermana y yo, esperando la próxima explosión. Si estábamos todos juntos, en un día de asueto o una fiesta o algo así, era más o menos silencio y tensión. Rara vez había oración. Pero éramos católicos polacos y los católicos polacos tomamos nuestra fe muy en serio en términos de obligación. Hacíamos ayuno, íbamos a Misa, íbamos a confesión y a la Comunión. Además, hubo buenos momentos en días festivos y reuniones familiares con todos los parientes.
En resumen, las cosas podrían haber sido peores. En cuanto a mi desarrollo de la fe, continué yendo a Misa y Confesión fielmente, y por lo demás me centré en mi educación y carrera. Tenía muchos amigos que eran de alto rendimiento en la escuela católica de bachillerato y en la Universidad de Detroit. No había mucho énfasis en el mensaje de Jesús de cuánto nos ama Dios y quiere que volvamos a Él. Tampoco veíamos nuestros éxitos en términos de ser gracias y oportunidades de Dios. Ahora me doy cuenta de lo excesivamente orgulloso e ingrato que era.
Mi despertar a la riqueza de la fe comenzó cuando me casé en una familia mucho más piadosa y devota. Me casé con mi esposa Pat, y tuvimos seis hijos maravillosos y excepcionalmente talentosos. En 2016, toqué fondo cuando mi hija se enfermó gravemente mentalmente y se volvió adicta al alcohol, hasta el punto de que su vida y la mía estaban, a veces, en peligro. Pat y yo pasamos por períodos de frustración, depresión y, para mí, desesperanza. Pero durante ese período, mis ojos se abrieron al amor de Jesús cuando mi parroquia, Santuario de la Pequeña Flor, organizó un programa llamado Alpha, y más tarde cuando comencé a ver la serie ‘Los Elegidos' (The Chosen) (¡fervientemente!).
Estas experiencias me despertaron a mi propia insuficiencia y me llevaron a orar más, buscar asesoramiento espiritual, leer la Biblia mucho más y, finalmente, experimentar por primera vez, literalmente hasta hace unas semanas, mi amor por la Eucaristía. Llegué a apreciar más profundamente lo que Jesús ha hecho por mí y continuará haciendo por mí, mientras comprendo totalmente su presencia y su amor en toda mi vida, y el significado completo de su regalo de sí mismo hacia mí en la Eucaristía.
Hace unas semanas, estaba viendo el episodio de 'Los Elegidos' (The Chosen) donde Jesús visita a su madre. Como cualquier buena madre, ella le pregunta si Él está comiendo bien. El recita una lista de lo que ha estado comiendo, luego mira hacia el espacio, perdido en sus pensamientos, y dice: 'Pero tú sabes, madre ... lo que realmente AMO es pan". Me imaginé que El, al saber que su sufrimiento y muerte estaban cerca, pudo haber reflexionado compasivamente sobre lo que podía dejar a su madre y amigos y tuvo una idea, como: '¡Eso es lo que haré por ellos! Me transformaré en pan para ellos, para estar junto a ellos durante toda su vida'.
Uno día o dos después, fui a mi hora de adoración y le oré en la cruz, dejé que mis ojos bajaran hacia la hostia y comencé a llorar de asombro, maravilla, alegría y amor. Sólo supe que Él estaba allí, sentado justo a mí. Solo tenía que estar sentado y esperar. Por primera vez realmente sentí Su presencia en mí: mi corazón se hinchó de amor y una oleada de calidez pasó a través de mí. Sentí que no estaba solo y que no tenía que hacer nada.
Sentí que, por primera vez, aprendí a amar realmente a Jesús y amar mi fe, a poner todo en la vida en sus manos, especialmente cuando has hecho todo lo que puedes hacer.
Desde entonces, esos sentimientos no han desaparecido. Los siento con cada Comunión, cuando recibo, y cada hora que estoy en la capilla. No tienes que analizarlo. No tienes que leer sobre esto. Es muy simple.
Y te agradezco, Jesús, por darme las pruebas que finalmente me hicieron darme cuenta de mi dependencia en ti y que es la libertad de tener que confiar en mí mismo, mi desapego, de mi estar solo. Confío en que siempre me amas y me cuidas. Y te agradezco especialmente el guiar a mi hija a tomar decisiones que, por difíciles que han sido, la han hecho completa de nuevo.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.