Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Tengo 58 años, y hace 27 años que soy sacerdote. Crecí en los años setenta, así que no sabía lo que era la adoración Eucarística frente al Santísimo Sacramento. Durante mis años en la escuela primaria o secundaria, no recuerdo haberla visto jamás. Si bien fui a escuelas católicas, no era una devoción que formara parte de mi vida o con la que estuviera familiarizado. Sin embargo, desde muy joven tuve el hábito de rezar diariamente. Incluso cuando entré en el seminario, alguien me animó a rezar una hora cada mañana, aunque no siempre frente al Santísimo Sacramento.
Digo esto porque lo que me pasó sólo pudo haber sido obra de Dios. No se trató de recordar algún momento nostálgico de mi juventud, porque yo realmente no sabía de qué se trataba la adoración Eucarística.
Después de haber sido ordenado hace aproximadamente un año y medio, estuve en Divine Child en Dearborn y, desde muy temprano, comencé a enseñar en el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos (RCIA). Un fin de semana, llevamos a un grupo de unas 30 personas a un retiro y algo que a todos les encantó fue que la Misa se celebraba de una forma ‘pausada y orante’ (sin que nadie tuviera que salir corriendo para permitir que la siguiente multitud pudiera entrar a la próxima Misa), brindando la oportunidad de pasar mucho tiempo orando frente al Santísimo Sacramento.
Comencé a exponer al Santísimo Sacramento para su adoración todas las noches durante varias horas, y Dios actuaba de manera increíble en la vida de la gente. Para mí fue algo grandioso, porque yo era un sacerdote recién ordenado y no tenía experiencia en esto. Eso me conmovió mucho. Cuando nos íbamos del retiro, algunos me dijeron: "¿Crees que podamos seguir haciendo esto cuando volvamos a la parroquia?”. Yo dije: "Bueno, yo creo que podemos hacerlo. Hablaré con el párroco". Le pregunté: "¿Podríamos celebrar una Misa vespertina una vez a la semana, en la que tomemos nuestro tiempo?". Y me dijo: "Claro, es una gran idea". Empezamos a tener esta Misa entre semana y ofrecimos un ministerio de oración al finalizar la celebración. Un par de personas y yo rezábamos con la gente después de la Misa durante aproximadamente 3 horas. Fue una gran gracia, pero al mismo tiempo empezó a hacerse retador para la gente que tenía que esperar por horas, ¡y también para nosotros que rezábamos!
Una mañana antes de Misa, después de haber hecho esto durante varios meses, me encontraba rezando y leyendo una serie de reflexiones de la Hermana Briege McKenna, una monja irlandesa. En una de sus anécdotas, contaba que se estaba preparando para dar una conferencia y no podía dormir. Bajó a la capilla, y en cuanto se arrodilló para rezar, oyó que el Señor le decía: "Briege, hay demasiadas distracciones innecesarias. No es a ti a quien necesitan, sino a Mí".
Después de leer eso, comprendí lo que el Señor me estaba diciendo. En la liturgia vespertina de la semana siguiente, les dije a todos: "Esta noche vamos a hacer las cosas de manera diferente. Al final de la Misa, no vamos a rezar con la gente. En lugar de tener un ministerio de oración, la idea era permitir que las personas se acercaran directamente a Dios sin intermediarios. Después de distribuir la comunión, coloqué dos reclinatorios en el santuario, justo delante del altar, e invité a la gente a que se sintiera libre de acercarse al Señor si así lo deseaba.
Apenas expuse la Eucaristía y me arrodillé, miré hacia arriba y noté que un grupo considerable de personas (alrededor de 30 o 40) corrió hacia el santuario para acercarse a Jesús. Esta escena me llenó de asombro y reverencia, no podía creer lo que estaba sucediendo. Después de un rato, tuve una especie de visión difícil de describir. Mis ojos iban y venían de la gente al Santísimo Sacramento. Y al cabo de un momento, "vi" a Jesús de pie sobre el altar, donde estaba la custodia que contenía la Eucaristía, mirando hacia la gente. Me quedé mirándolo un rato y de repente volteó hacia mí y se inclinó haciendo una elegante reverencia con las manos abiertas ante Él. Durante este gesto, dijo: "Juan, ¿no ves lo fácil que es esto? Solo tienes que exponerme, y yo me encargaré de hacer el resto".
Esto fue hace 26 años, y cambió mi vida como sacerdote para siempre. Desde entonces, en todos los lugares a los que he ido, hemos construido una capilla de adoración. Empecé a exponer al Santísimo Sacramento todas las mañanas y a invitar a la gente a rezar ante la Eucaristía. El resultado ha sido una serie continua de encuentros significativos con el Señor, ya que no hay nada que Dios quiera más.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.