Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Es Jesús, plenamente presente en la Eucaristía, quien me llamó a la Iglesia. Cuando era joven, nunca había sentido que pertenecía plenamente a ninguna parte. Esto me llevó a tratar de "encajar", a menudo de maneras que eran poco saludables o destructivas en retrospectiva. Después de anhelar inútilmente y terminar en situaciones que me dejaron preguntándome por qué Dios me había creado, empecé a buscar respuestas.
Mi primer encuentro con la misericordia de Cristo fue mientras trabajaba en un refugio para personas sin hogar en California durante las vacaciones de Navidad. Trabajé junto a un joven infante de marina que eligió celebrar su cumpleaños número 21 sirviendo a los pobres. Esto era completamente diferente a cómo la mayoría de las personas que conocía celebraban este festejo. Repartimos juguetes a los niños que tenían muy poco, y mientras comíamos con los invitados, él me explicó por qué había elegido servir. Me introdujo al amor sacrificial de Jesús en la cruz.
Poco tiempo después, mientras continuaba buscando respuestas a mis preguntas y tratando de entender quién era este Jesús, mi mejor amiga se dio cuenta de que había estado visitando diferentes iglesias tratando de resolver las cosas por mi cuenta. Ella me invitó a misa al siguiente día en el Centro Newman de las instalaciones universitarias. Cuando llegamos, me explicó un poco por qué no podía recibir la comunión y qué hacer en su lugar. Durante la Misa, en la elevación de la Eucaristía, tuve un encuentro místico con Jesús, quien me dijo que estaba en casa, donde pertenecía. Entré en RICA ese otoño, y aunque no hay fin para aprender sobre la fe y crecer en la relación con Cristo, ya estaba en casa.
Lo que yo no sabía, pero Dios sí, era que en menos de un año después de eso, perdería a mi padre. Al llamarme a sí mismo a través de ese encuentro en la Eucaristía, Cristo me trajo a Él sabiendo que necesitaría su gracia y misericordia sanadora en mi sufrimiento.
Su presencia a través de estos 27 años ha seguido sanando heridas y brindando consuelo en los momentos oscuros de mi vida. Sentada ante la Eucaristía ahora, sigo encontrando consuelo al saber que no importa qué más suceda en esta vida, en este mundo, no importa cuán enojada o triste o perdida o destrozada esté, en Él, siempre estoy en casa.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.