Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
“Aquí estoy, Señor. Es tan tranquilo aquí.
Quiero entenderte. ¿Por qué es tan difícil para mí?
Cuando te miro, mis ojos me dicen que solo hay pan para ver. Pero algo en mi corazón sabe que eso no es cierto.
Sé que estás aquí. Sé que quiero amarte. Pero soy humana y me confundo mucho con todo el ruido del mundo.
Ayúdame a creer".
- Líneas escritas en mi diario durante Adoración Eucarística, a mis 15 años
Una de las mayores bendiciones en mi formación católica fue la presencia de una capilla de adoración perpetua en mi parroquia natal. Mi madre tenía una hora reservada los viernes, y cuando tenía alrededor de quince años, comencé a ir con ella durante el verano y cuando no estaba en la escuela.
A esa edad, realmente no entendía lo que significaba que Jesús está presente en la Eucaristía, pero podía sentir que había algo sagrado en ese espacio: que Dios estaba presente de una u otra forma.
Fue en esas horas de silencio, sentada junto a mi madre en la presencia reconfortante de Jesucristo, que resolví muchas de las cosas que estaban sucediendo en mi vida.
En ese tiempo mi gran preocupación era salir bien en la escuela y llegar a la altura de la reputación que tenía establecida mi hermano mayor, que parecía hacer todo con mucha facilidad. Comparada con el, me sentía lenta, rara, sentimental y me frustraba fácilmente. Tenía un grupo tóxico de amigas que estaba lleno de drama y traiciones, y también andaba con un chico con el que terminaba y regresaba con el, y al que tenía pavor de acercarme demasiado y miedo de perderlo. Batallaba con la sensación de no saber quién era yo, o a que lugar del mundo pertenecía.
Ya sea que conscientemente confiara o no esas cosas a Dios, siempre salía de la capilla con una sensación mayor de paz y una fuerza renovada para enfrentar lo que estaba por venir.
Mi madre solía decir: 'Una de mis cosas favoritas de la Iglesia Católica es que puedes entrar a una misa en cualquier parte del mundo y sentirte como en casa'. Cuando me mudé de casa para ir a la universidad, sin conocer una sola persona o ni saber nada sobre la ciudad en la que pasaría los próximos cuatro años, la Eucaristía se convirtió en mi consuelo.
Continué luchando con mi sentido de mí misma, colocando mi propio valor en mis estudios, en las organizaciones estudiantiles de las que formé parte, en los premios que gané (o no gané). Me costaba trabajo hacer amigos. Extrañaba a mi familia y a mi novio, a los que se sentía increíblemente lejos. Aunque me encantaba la escuela, a menudo extrañaba mi hogar, me abrumaba y me sentía sin esperanza.
En medio de todo esto, encontré refugio en los bancos de la iglesia, mirando hacia Jesús en el tabernáculo.
Comencé a tomar mi fe católica más en serio durante estos años universitarios. Comencé a pasar ratos en Adoración Eucarística, no solo huyendo de las tensiones en mi vida, sino trayéndoselas a Jesús y llevando una relación con Él. Comencé a asistir a la Misa diaria y volví a confesarme después de tres años, finalmente me di cuenta de cuán desesperadamente necesitaba la misericordia del Señor.
Cuanto más buscaba al Señor, menos me importaban todas las cosas que antes me habían abrumado. Experimenté una gran conversión a través de los sacramentos y de la comunidad de jóvenes adultos en Detroit que a mi lado también se esforzaban por la santidad.
Sigo arraigándome en la Eucaristía, tanto en Adoración como en la Misa, y sé que no soy capaz de nada sin la gracia que recibo en esos encuentros con Jesús. Debido a la Eucaristía, sé que mi Señor no está muy lejos, Él está presente aquí y ahora en cada Iglesia Católica, esperando encontrarme en el altar.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.