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HISTORIAS DESTACADAS
Soy católica de nacimiento. Me di cuenta de que la fe era real cuando era muy, muy joven. De hecho, era tan joven que no estoy del todo segura de cuántos años tenía. Creo que fue durante la Consagración, y fue justo este momento de lo que yo llamaría profunda convicción. Durante mucho tiempo no tuve las palabras para describirlo. Fue precisamente este conocimiento de que todo lo que la Iglesia enseña es real y que siempre seré amada como hija de Dios. Paz completa. Alegría completa. Comprensión completa. Ese recuerdo nunca me ha abandonado.
Noté en la universidad que, si me saltaba la misa porque hacía demasiado frío o no tenía ganas de caminar la milla a la iglesia, la semana siguiente estaría más enojada y no tan feliz. Faltaba algo. Así que cuando tenía unos 20 años, decidí: “Sabes qué, tengo que ir a misa”.
Sabía que iba a necesitar algo que me hiciera ir a misa, así que entré en la oficina de educación religiosa de mi parroquia y dije: “Necesito algo para seguir yendo a misa. ¿Necesitas ayuda?” Y la señora allí básicamente se derrumbó contra la mesa y dijo: "¡Gracias, Dios! Tengo tres maestros ausentes o tres clases sin catequistas y no los suficientes para cubrir". Así que me puso en el aula y me dijo que enseñara a los niños el Rosario.
Cuando no he ido a misa, puedo saber por la manera en que actúo y pienso. El poder transformador de la Eucaristía para mí no es algo tan grande y dramático como Saulo en el camino a Damasco, sino que es pequeño y suave, como un arroyo que remodela una roca durante largos períodos de tiempo. No es solo que me encanta ir a misa; es que odio en quién me convierto cuando no voy.
Al igual que muchos lugares durante la pandemia, la parroquia para la que trabajaba no pudo mantenerme en su personal. Salía de la iglesia y me orientaba hacia donde sabía que estaba el tabernáculo y oraba: “Me trajiste a esto. Tráeme a través de eso”. Sabía que todo iba a estar bien, que Jesús tenía un paracaídas para mí, por así decirlo.
No soy alguien que pueda sentarse en adoración durante horas. En cambio, hago visitas rápidas de 5 a 15 minutos. En esas visitas rápidas, encuentro paz. Encuentro respuestas. Oigo la voz de Dios. Encuentro que durante el resto del día estoy más centrada y enfocada. Tengo suerte porque trabajo para la Iglesia, así que puedo comenzar mi día de trabajo deteniéndome en la iglesia o capilla de adoración y orando. Encuentro que cuando hago tiempo para hacer eso, casi siempre hago todo lo demás en mi lista de tareas pendientes. Cuando no tengo tiempo para una visita, a menudo encuentro artículos en mi lista de tareas pendientes que se retrasan a otro momento.
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VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.