Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Llevaba diez días conectado a un aparato de respiración asistida, no despertaba y yo caminaba con dificultad al hospital todos los días para sentarme a su lado. Recuerdo que un día me encontraba en el auto orando y diciéndole a Dios: “No creo que pueda seguir haciendo esto. Tienes que ayudarme o despertarlo. Algo tiene que suceder”.
Las cosas se estaban poniendo muy difíciles aquí en la casa y me sentía muy sola. Mi esposo sufría la enfermedad de Parkinson atípica. Progresaba rápidamente y se me dificultaba saber qué hacer para cuidarlo. La situación me empezaba a abrumar. Un día no pude ayudarlo a sentarse en la silla de la regadera. Solo se congeló y fue una situación peligrosa. Perdí la calma con él porque estaba muy frustrada. Eso me asustó mucho. Me decepcionó la forma en la que reaccioné porque no era su culpa.
Recuerdo que había una hora santa en el templo de Sta. Juana de Arco. Empecé a asistir y ahí fue donde oré: “¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo ser en una mejor cuidadora? No estoy segura de poder hacer esto”.
Así que no sé por qué, pero en la oración, durante la hora santa, simplemente me llegó. Y entonces decidí que eso era lo que iba a hacer.
Tenía una amiga que una vez me visitó y después me dijo: “No sé cómo puedes hacer esto, yo nunca podría hacerlo”. Le contesté: “Sí podrías”. Dije: “¿Sabes lo que yo hago? Pienso en él como si fuera Jesús”.
Llega un momento en tu vida en que analizas todo. Durante ese tiempo estaba convencida de que su enfermedad no sería buena. Y, ya saben, que no celebraríamos muchos más aniversarios juntos.
Pensar así te hace ver las cosas con detenimiento y decidir qué es lo más importante. Creo que fue porque la Eucaristía era a donde yo podía ir y simplemente tenía este momento de tranquilidad con Dios y nada podía interferir en mi camino. También me tocaron el corazón algunos consejos que nuestro pastor compartió en una homilía. Dijo que al mismo tiempo que necesitamos orar, también es muy importante escuchar lo que Dios nos dice. Escuché a Dios y me mostró el camino para convertirme en una mejor cuidadora para mi esposo.
Y recuerdo haberle dicho a Dios en oración: “Creo que ya no puedo hacer esto. Tienes que ayudarme o ayudarlo a despertar. Algo tiene que suceder”.
¡Y él despertó!
Él despertó. Un par de días después, finalmente despertó.
Sólo estuvo bien un par de días y después estuvo en un lugar de cuidados paliativos, pero al menos pudimos hablar con él.
Supongo que lo que estoy diciendo es que no hay manera de que yo hubiera podido hacer nada de esto sin la oración y sin recibir la Eucaristía. Encontré consuelo al asistir a misa y recibir la comunión.
Y mientras más lo hacía, parecía que más y más quería seguir haciéndolo. Es simplemente como dice Cristo: “Yo soy la vid y ustedes los sarmientos”. Dependemos de él.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.