Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Nací y me crie en una familia devota que asistía a Misa, oraba antes de las comidas y que en general, me daba un buen ejemplo moral. Para cuando fuí a la escuela preparatoria, no diría que amaba exactamente mi fe o sus prácticas, pero tampoco diría que la odiaba. Era algo que hacíamos y realmente no pensaba mucho en esto.
Como estudiante de primer año en la escuela preparatoria, conocí a una chica que se convirtió en una amiga cercana y luego mi novia. Nos llevábamos muy bien y teníamos muchas cosas en común, con la excepción de la Iglesia Católica y la fe. A esta novia realmente no le importaba Dios, la fe o la Iglesia. Ella sentía que todo era un montón de mentiras hipócritas y que no valía la pena la energía y el esfuerzo. En ese entonces, sentí que ella estaba equivocada, pero no podía expresar ni defender la fe en la que me habían criado. Sabía que, si ella tenía razón, y la Iglesia realmente enseñaba cosas hipócritas y creía mentiras, yo ya no quería ser parte de ello. También sabía que había una buena posibilidad de que se equivocara.
Esta tensión me llevó por un camino de preguntas y curiosidad, en parte para demostrar que mi novia estaba equivocada, y en parte por una búsqueda genuina. A medida que pasaba el tiempo, se respondían preguntas y se producían muchas conversaciones de debate, comencé a ver la belleza de nuestra fe y su consistencia en la enseñanza. Me di cuenta de que estábamos lidiando con algo mucho más grande que nosotros mismos.
El verano entre mi segundo y tercer año de preparatoria, mi novia y yo asistimos a una Conferencia Juvenil de Verano de la Universidad Franciscana de Steubenville. Fui de buena gana; ella, sin embargo, se mantuvo escéptica y cerrada. A decir verdad, realmente ella no quería estar ahí. El sábado por la noche de la Conferencia pasó y comenzó el tiempo de Adoración Eucarística y la procesión comenzó. Vi a otros adolescentes teniendo experiencias visiblemente poderosas como llorar, llenarse en el Espíritu y gozo.
Mientras miraba a mi novia escéptica y decaída, recuerdo haber pensado: 'Dios, yo creo que tu estas aquí, creo que eres tú. Haz algo'.
Justo en eso, la procesión eucarística doblaba la esquina y pasaba por el pasillo más cercano a nosotros. Cuando Jesús pasó en la Eucaristía, hice un acto de fe y todo mi ser (corazón, mente y alma) se sintió lleno con la revelación simultánea de ser un pecador profundo y, sin embargo, ser amado aún más profundamente.
Esta revelación me cambió de adentro hacia afuera. Es una convicción que suena simple cuando está escrita, pero sentir y conocer estos dos hechos en tus huesos va más allá de las palabras. El poder de Cristo en la Eucaristía se confirmó aún más cuando miré a mi novia, la escéptica, la que dudaba, y vi que ella también estaba llorando y profundamente impactada por la experiencia.
Esta conferencia, este momento, cambió el trayecto de mi vida. Me llevó a desear la confesión, la oración, el estudio de las Escrituras e incluso a trabajar en ministerio. Para mi novia escéptica, tuvo un impacto que se fue más lento y necesitó más tiempo. Ya no dudaba de la misma manera. Sabía que algo había sucedido, pero no podía explicarlo completamente ni darle sentido. Era superior y más allá de la razón y el método científico.
Parece que ha pasado toda una vida desde aquella experiencia. Mi novia y yo finalmente rompimos y tomamos diferentes caminos, pero seguimos en buenos términos. Ahora tengo cuarenta y tantos años y trabajo en ministerio parroquial, y el poder de Cristo en la Eucaristía en este momento me alimenta, me impulsa y me sostiene a través de los altibajos de la vida.
Si luchas por creer en la Eucaristía o simplemente dudas de ella, te invito a que vayas ante Él en adoración o en el Tabernáculo y recen las palabras que oré: 'Dios, creo que estás aquí, creo que eres tú. Haz algo'.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.