Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
En el primer recuerdo que asocio con la Eucaristía, probablemente no tenía más de cinco años, y no había recibido mi Primera Comunión. Estaba con mi hermano mayor y mis padres en la misa en San Miguel en Pontiac. Los tres se levantaron a la hora de la Comunión parea ir a recibir la Sagrada Comunión y me dejaron en la banca. Mi madre regresó y, como la gente solía hacer en los años cuarentas y cincuentas, puso su cara en sus manos para hacer su acción de gracias. Y recuerdo haberla tocado en el brazo diciéndole: "No te preocupes, no llores. Todo estará bien". No recuerdo si se rió, pero estoy seguro que se sorprendió. Me dijo: "No estoy llorando; está bien". Recuerdo que había tratado de tranquilizar a mi madre, pero ella terminó tranquilizándome a mí. De alguna manera, en ese momento, Jesús me preparó para el momento en que se compartiría conmigo. Ese fue un vislumbro de cómo en la Eucaristía Él nos tranquiliza, nos ama como a un padre.
Cuando hice mi Primera Comunión, yo era el más alto de nuestra clase, y me pusieron en la última fila. Recuerdo que Sor Marianne fue la Hermana de San José que nos enseñó. No me acuerdo de algo en particular que ella dijera, pero yo sabía que la Eucaristía era Jesús. Recuerdo lo especial que fue el día, ya que mis padres estaban allí, mi hermano mayor y mi abuela, que vivió en la parte sur de Chicago. Ella se acercó y plantó un gran beso en mi mejilla y eso encarnó para mí el amor que Jesús tiene por mí. Se personificó de una manera muy familiar.
Después de convertirme en sacerdote, serví en la parroquia de San Pablo en el Lago (St. Paul on the Lake.) Siempre había querido ser párroco. Así que en ese momento finalmente pude hacer lo que quería hacer, lo que pensé que Jesús quería que hiciera desde un principio. Una mañana tenía que dar la misa de las 6:30 a.m., y no soy mañanero. Estaba bajando los escalones y quejándome a mí mismo y tuve un momento en el que Dios dijo: "Recuerda lo que estás a punto de hacer". Y me detuve en los escalones, y ya entré con ese recordatorio para celebrar la Misa. Fue poderoso. Estaba agradecido con el Señor por recordarme lo que me estaba llamando a hacer.
Cuando voy a la adoración, es como una ventana al cielo. Solo estar en su presencia, me tranquiliza el corazón. Es como si todos mis problemas, dificultades y desafíos desaparecieran. Sé que no soy responsable de llevarlos por mí mismo, ni una parte importante de la carga. Jesús hace el trabajo pesado.
Mi papá tenía 95 años cuando murió. Vivió una vida buena y larga. Pero todavía lo extrañaba. Una vez, estaba celebrando misa algunas semanas después de la muerte de mi padre, y acabábamos de llegar al Padre Nuestro. Una de esas olas de dolor se apoderó de mí y comencé a extrañar a mi padre. Y luego, justo cuando me estaba preparando para recibir la Comunión, pensé: "Espera un minuto, sé que mi papá es una persona de fe y está en comunión con el Señor. Estoy a punto de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, lo que significa que también voy a estar en comunión con el Señor y, por lo tanto, también en comunión con mi padre.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.