Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Cuando tenía cinco años, mi mamá empezó a trabajar en una parroquia cercana, donde la hermana Ruth nos acogió y nos habló de Jesús. Enseguida nos enamoramos perdidamente de Él. Recuerdo con alegría las noches en las que me quedaba despierto hasta tarde junto a mi mamá, rezando el rosario en su cama. Es un recuerdo hermoso de mi infancia que guardo con mucho cariño. Durante la Vigilia Pascual, después de comenzar a trabajar en la iglesia, mi mamá y yo nos bautizamos juntos.
Durante los siguientes dos años, la hermana Ruth siguió enseñándome sobre Jesús de manera divertida: comíamos Doritos sin parar, veíamos caricaturas y me abrazaba súper fuerte. Me dejó claro que la hostia consagrada que recibiría en mi Primera Comunión sería el cuerpo y la sangre de Jesús. Aunque no lo percibiera por su sabor, iba a recibir su cuerpo y su sangre. No tengo dudas de que logró inculcarme este concepto. Me sentía muy emocionado mientras me preparaba para mi Primera Comunión, y en ese día tan especial, realmente sentí que estaba recibiendo su cuerpo y su sangre.
Recuerdo que volví a mi banca y pensé: "¡Vaya! Jesús debe haber sido un gran hombre como para poder alimentar a todos los que estamos en esta iglesia".
Nunca dudé de la importancia de la Eucaristía a medida que fui creciendo. Durante gran parte de la secundaria y la preparatoria, iba a Misa en patineta o en coche porque sabía que la Eucaristía era importante para mi vida espiritual. Como crecí en el Cinturón Bíblico de Estados Unidos, todos mis amigos eran protestantes, y me atraían mucho sus iglesias. Muchas veces sentía la tentación de acompañar a mis amigos a sus servicios religiosos los domingos. De hecho, un par de veces lo hice y siempre aprendía algo. Sin embargo, por mucho que quisiera ser protestante, sabía que nunca podría abandonar la Eucaristía porque sentía que Jesús me esperaba allí.
Durante mi primer año en la universidad, tuve un fuerte deseo de explorar la fe protestante, especialmente después de unirme al equipo de béisbol de una universidad baptista. Sin embargo, la gracia de Dios se manifestó a través de mi entrenador asistente, que era católico y se aseguraba de que fuera a Misa todas las semanas. Además, me invitaba regularmente a participar en su grupo de estudios bíblicos y, después de los entrenamientos, me daba CDs del Dr. Scott Hahn sobre la Eucaristía.
Recuerdo que un día estaba escuchando uno en mi camioneta y pensé: "¡Vaya! La Eucaristía es realmente muy especial".
Me cambié de universidad por varias razones y, finalmente, terminé en la Universidad de Texas en Austin, donde conocí a un grupo muy lindo de amigos católicos que revitalizaron mi fe. Una noche, mientras compartíamos una botella de vino, uno de mis amigos dijo que la Eucaristía era el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús. Sorprendido, le pregunté, “¿Qué quieres decir con 'alma y divinidad'?". Mi amigo simplemente respondió: "Sí, creemos que la Eucaristía no es sólo el cuerpo y la sangre de Jesús, sino que Él está plenamente presente para nosotros en la Eucaristía con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Está tan presente para nosotros hoy como lo estaba hace 2,000 años".
Me quedé sin palabras. Recuerdo que pensé: "¡Wow! Siempre supe que la Eucaristía era importante, pero no comprendía su verdadero significado. Ahora, me doy cuenta de que la Eucaristía no es solo algo, sino alguien: Jesucristo presente de una manera única y real”.
Por la gracia de Dios, mis amigos y yo fuimos a SEEK unos meses después (una conferencia universitaria católica muy importante que se celebra todos los años). Nos sentamos en la primera fila para escuchar la charla ‘Una hora que cambiará tu vida’ del P. Mike Schmitz. Mientras Jesús, presente en la Eucaristía, era llevado en procesión alrededor del auditorio, yo intentaba comprender las palabras del P. Mike. De repente, Jesús pasó justo frente a mí y todo tomó sentido. No tenía la menor duda de que Jesús estaba presente, no solo físicamente, sino también como un amoroso Salvador que me buscaba activamente. En ese momento, sentí la necesidad de entregarme completamente a Él y responder a su amor de manera total y sincera.
Si bien quería entregarme por completo a Jesús, me dejé llevar por las distracciones del mundo y me fui a Hollywood. Sin embargo, mientras estaba en Los Ángeles, me enfrenté a un conflicto interno. Me di cuenta de que, si Jesucristo estaba realmente presente en la Eucaristía, entonces su presencia demandaba una respuesta total y absoluta: o me comprometía plenamente con Él, o lo rechaza por completo. No hay término medio cuando se trata de la presencia plena de Cristo.
Durante años, luché por abrirme camino en la industria del entretenimiento, pero al mismo tiempo mantuve una relación ambivalente con mi fe, sin comprometerme completamente. Me atormentaba constantemente mi falta de compromiso total, hasta que esto comenzó a afectarme emocionalmente, causándome angustia y conflicto interno. Sin embargo, con el tiempo, esa lucha constante me llevó a una encrucijada decisiva. Comprendí que debía decidir de una vez por todas si la Eucaristía sería la fuente y el centro de mi vida espiritual. Por la gracia de Dios, tomé esa decisión y me comprometí plenamente con mi fe. Desde entonces, he experimentado una gama de emociones y experiencias en mi vida: alegrías, desafíos, momentos difíciles y otros hermosos. Pero a lo largo de todo, la Eucaristía ha sido mi sustento. Jesucristo en la Eucaristía ha sido mi apoyo constante, transformando gradualmente mi corazón débil y orgulloso a lo largo de los altibajos de la vida.
El Papa Benedicto XVI dijo que la Eucaristía es la "verdadera realidad"; es más real que cualquier otra persona o cosa. Llamó a la Eucaristía la "vara" con la cual medimos cualquier otra realidad.
Hoy en día, los estudios reflejan que menos de un tercio de los católicos realmente creen en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Sólo el 17% de nosotros va a Misa una vez a la semana. Estamos frente a una crisis eucarística muy grande.
Creo que nuestros obispos comprenden que una crisis eucarística es, en última instancia, una crisis en la percepción de la realidad. Si no podemos ver a Jesús presente en la Eucaristía, ¿cómo podemos esperar vernos a nosotros mismos y a nuestros vecinos tal como realmente somos? ¿Cómo podemos esperar ver la realidad tal como realmente es? Por eso han llamado proféticamente a un Avivamiento Eucarístico, que es mucho más que traer a la gente de vuelta a la Iglesia y a nuestras bancas. Es mucho más que una gran conferencia católica en julio. Se trata de revivir a las personas, de permitirles ver claramente la realidad y reconocer a Jesús presente en la Eucaristía, para que puedan verse a sí mismos y a los demás como realmente son y así volver a una vida humana plenamente auténtica.
Cuando la Eucaristía se volvió el centro de mi vida, todo cobró sentido. Podía escuchar mis pensamientos con mayor claridad, detectar las imperfecciones en mi corazón con más facilidad y ver con mayor nitidez. Es un proceso continuo, ¡Dios sabe que conmigo lo es! Pero cuanto más recibo a Jesús en el Santísimo Sacramento, más consciente soy de que estoy transformándome.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.