Hasta la próxima
HISTORIAS DESTACADAS
Cuando era niña, mi abuela me llevaba a la iglesia con ella; ella asistía a una iglesia bautista. Mi abuela falleció cuando yo tenía once años, y pasaría bastante tiempo antes de que volviera a asistir a la iglesia.
Cuando tuve un hijo, y llegó el momento de que el asistiera a la escuela, elegí inscribirlo en la Escuela de St. Gerard. Un día, cuando mi hijo estaba en segundo grado, habíamos llegado a casa de la escuela y el trabajo, como siempre a esta hora le preguntaba a mi hijo: '¿Cómo te fue en la escuela y qué hiciste hoy?' Mi hijo comenzó a explicar que habían ido a la iglesia y explicó por qué. Yo creo que puse una algún tipo de mirada extraña en mi rostro, porque mi hijo dijo: 'Tu no entiendes, ¿verdad mamá?' Lo miré y le dije: 'No cariño, mamá no entiende'. La siguiente declaración de mi hijo dejaría mi cabeza dando vueltas. El dijo: 'No te preocupes, puedes venir a mi iglesia y te enseñaré'. Me tomó unos momentos poner en orden mis pensamientos, pero le dije que se cambiara de ropa y comenzara con su tarea.
Pensé en la conversación con mi hijo por el resto de la noche. Pensaba que yo era una madre bastante buena porque cocinaba, limpiaba, lavaba la ropa y me aseguraba que él hiciera su tarea. Lo llevaba a la escuela a tiempo y lo recogía a tiempo también. Lo inscribí en las Ligas PAL de Béisbol y Baloncesto. Lo tenía todo bajo control, ¿verdad? Entonces, ¿cómo es que pasó esto? Mi hijo tenía una iglesia, pero yo no.
Mi hijo hablaba con tanto cariño de sus experiencias en la iglesia que decidí asistir con el y mis experiencias también fueron muy agradables, tanto así, que pregunté y entré en el programa RCIA mientras mi hijo ingresaba al programa de Primera Comunión.
Realmente disfruté mis sesiones de RCIA. Había varias personas involucradas en el programa, pero mi favorito era un seminarista que estaba siendo asesorado por el Sacerdote. El seminarista era mi preferido porque parte de su estudio era sobre la historia de la Iglesia Católica, y le encantaba hablar de ello conmigo. Guardaba la mayoría de mis preguntas para el seminarista; ahí nos daban donas y café, y mientras él respondía a todas mis preguntas.
El tiempo pasó y los planes habían comenzado para la Vigilia Pascual. Durante una de las sesiones de RCIA me dijeron que mi hijo y yo nos bautizaríamos juntos en la Vigilia. Finalmente, el día de mi bautismo había llegado: 6 de abril de 1996. Este sería el día más feliz de mi vida.
En la Vigilia, fui bautizada y recibí el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo en la Eucaristía.
Inmediatamente sentí una sensación de paz desbordante.
La iglesia estaba llena esa noche, pero lo único que podía ver en ese momento era a Jesús sonriéndome con la mano extendida para alcanzarme. Siempre he sabido que Jesús me ama y ama a cada uno de nosotros, pero en este día realmente sentí este amor increíble. Fue este sentimiento el que me ayudó a acercarme a la Misa y darme cuenta de que la Eucaristía cambiaría mi vida.
Inmediatamente comencé a ansiar el asistir a misa, pensando que tenía que experimentar este sentimiento una y otra vez. Incluso había comenzado a contar las veces que había recibido la Eucaristía; desde entonces he perdido la cuenta. Pero comencé a sentirme diferente y a actuar de manera diferente.
Un día estaba hablando con un amigo de la iglesia. Platicabamos sobre algunas cosas estresantes que me estaban pasando en esos momentos. Eso fue hace mucho tiempo. Todavía estaba yo trabajando, ahora soy jubilada. En ese entonces estaban pasando muchas cosas en el trabajo. Iba a haber una gran reorganización y habría algún corte de personal. Para empezar, en ese entones también mi presupuesto era realmente limitado. Tenía miedo de que me recortaran el sueldo, mi coche tenía problemas, con esto había muchas preocupaciones.
Mi amigo dijo: 'Debes sentarte ante el Santísimo Sacramento y orar'. Para esto, hay que tener en cuenta que estaba recién convertida al catolicismo y aún no sabía mucho sobre la Adoración Eucarística, pero decidí seguir su consejo. Así que esa fue realmente mi introducción a la Adoración. Durante los siguientes sábados por la mañana pasé unas horas orando ante el Santísimo Sacramento sobre los problemas que me estaban causando tanto estrés. Me tomó algún tiempo darme cuenta de que los problemas por los que había rezado se iban resolviendo solos.
El tiempo iba pasando y yo fui yendo a Adoración en varias ocasiones y en diferentes lugares. Durante ese tiempo, no tenía yo problemas en particular. Estos tiempos fueron especialmente poderosos para mí porque fue cuando particularmente sentí la paz amorosa de Dios. Mientras estaba sentado allí orando, una de las cosas que seguía viniendo a mi mente era, sabes que tal vez deberías comenzar a tratar de trabajar con los adultos ahora; Ya había trabajado con niños en todos los niveles: Confirmación, Primera Comunión, Catequesis del Buen Pastor; pero había estado pensando lo importante y especial que era para mí el RCIA. Recibí respuestas a decisiones en las que había estado pensando, con respecto a mi trayecto como catequista. Recuerdo que me fui con una sensación de aliento renovada.
He sido catequista durante muchos años, trabajando con niños pequeños, niños de primaria y adolescentes. Había estado pensando en trabajar con adultos, pero nunca había dado los pasos para hacerlo hasta que sentí que Dios me llamaba en Adoración. Esta es la razón principal por la que decidí obtener una Certificación de Maestro Catequista a través de la Arquidiócesis de Detroit. Este año comencé a monitorear y auditar el Programa RCIA, y el próximo año me convertiré en catequista para el Programa RCIA.
Jesús dijo: 'Dejad que los niños vengan a mí', y todos hemos escuchado a lo largo de los años que Jesús puede venir a ti en diferentes formas. Así que a menudo pienso que hace años, ese día después de la escuela cuando mi hijo estaba en segundo grado, ese era Jesús usando a mi hijo para que siguiera el camino en el que necesitaba estar.
Hasta la próxima
VIVE LA EXPERIENCIA
Jesús está realmente presente. Jesús siempre está contigo. Siéntate en su presencia y ábrete a su voz.